viernes, 7 de abril de 2017

Hacer silencio...




Hay momentos que es mejor guardar silencio que hablar. Hay tanta palabra hueca, tanto verso sobre lo mismo, que provoca cansancio y aburrimiento. 

Comprendo a quien o quienes quieren convencernos con palabras bonitas, interesantes o absurdas, de lo bien o mal que está el mundo, la vida, la sociedad. En definitiva, verbalizar, de forma oral o escrita, no es otra cosa que poner delante lo que molesta y tomar conciencia de ello. Sin embargo, cuando siempre se repite lo mismo, cuando los problemas se cantan hasta por bulerías, lo mejor es abandonar la escena y retirarse para guardar silencio. 

Eso sí, un silencio querido, no impuesto. Y de esta forma limpiar de toxinas verbales el ánima y entrar en el ánimo de seguir. Cuidado que el silencio al que hago referencia no es al hacer oído sordo a los problemas, ni tan siquiera huir de ellos. Este silencio, del que hablo, es el de hacer un paréntesis para tomar fuerza y seguir enfrentando las dificultades, las propias y, como no, para también  mantener el alma abierta poder acoger los  problemas ajenos. 

Hay que decir, y ya termino, que el silencio es la medida prudente para no meter la pata cuando no se sabe responder, como terminaba Wiggenstein en su Tractatus, de lo que no se saber mejor no decir nada (silencio)

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