viernes, 8 de julio de 2016

Como suceden los árboles, de Maribel Tena.

          
 Como suceden los árboles, último poemario de la escritora Maribel Tena, mi compañera y amiga. El título, corresponde a los versos de una de las estrofas finales del poema de contraportada: Si sucedemos/ como suceden los árboles. Este sintetiza lo que el libro desarrolla.

               El poemario, editado por La Penúltima-editorial, vio la luz este mayo de 2016 y en la ciudad de Valladolid. Estas notas de crédito son significativas ya que  contextualizan formalmente el poemario de Maribel Tena en plena primavera y en la ciudad del mejor castellano hablado, Por otro lado, hay que resaltar de esta edición su cuidada manera de envolver los versos de esta poeta villanovense  que siempre nos sorprende.

               El poemario consta de tres partes definidas que van desarrollando este suceder de los árboles, 1) Raíces verticales (pág., 9); 2) El perímetro del incendio (pág. 31); 3) Aspiración del fruto (pág. 51).  En la primera parte los versos nos hablan de la realidad más próxima, esa que está en el propio crecimiento de nuestro ser y fundamenta lo que somos, un permanente despertar que se hace lección;  en la siguiente, los poemas cobran una gran intensidad al desarrollar esa meseta de lo cotidiano donde vivir se convierte en una necesidad solemne que nos devuelve contraluces  habitando lugares insólitos y sin dejar de domesticar nuestra existencia; y en la última, los versos se hacen puntos de reflexión que nos llevan a los anhelos universales que no dejan de ser voces vivas que empujan al valiente seguir y adentrarse sin resistencia alguna.


               Para acercarnos a este poemario, y con todos mis respetos a su autora, seguiré un método de análisis que permmita ver cómo es la arquitectura literaria e intencional del autor. Este métodoconsiste en leer los primeros y los últimos versos de cada una de las partes observando su complementariedad y coherencia. Hay que decir, sin ambages, que el poemario, éste en concreto, tiene una arquitectura literaria impecable y sugerente, y que -independientemente de análisis- merece la pena leer dejándose llevar por sus versos.  

               En la primera parte, Raíces verticales, los primeros versos son el cimiento perfecto de todo lo que se desarrollará después, diciendo así: Al pasado siempre le sobrevive/la memoria del pasado.  A esos versos le unimos los versos finales para descubrir cómo estos complementan el meta-relato: Bien valen algunas canas/ lo que aprendí de tantos viajes/ un territorio que nunca era yo misma. / No quiero más tiempo que este. / Sea.

               Esta parte nos lleva a combinar el pasado y el futuro sin perder de vista la realidad del presente. En los versos de este capítulo hay mucha coherencia argumental, una reflexión que aborda ese arrasar de la gravedad y la desmesura de mirar aquello que uno fue y  que sin remedio mantiene lo que se es.  En esta primera, el yo literario tiene la capacidad de hacernos mirar, al lector, desde los ojos migrantes de la grulla “movida tan solo por la fuerza de la costumbre”. La costumbre, la bendita costumbre que nos mantiene en el norte de unos abrazos, de lo cercano, provocando ese escaso idioma: // cada abrazo prende la mecha/ de un pequeño verbo incendiado.

               En la segunda parte, El perímetro del incendio, y siguiendo el esquema de análisis propuesto se observa que comienza con una estrofa de cinco versos que habla de viajes: Nadie debería marcharse/antes de haberse convertido sus manos/ en este quebradizo pergamino/ bajo el que se lee/ el mapa de nuestra sangre. Y es en este mapa, que marca la orografía de nuestra sensibilidad, donde se entroncan los versos de un poema final con  notas de protesta y reivindicación y donde  lo cotidiano, como el comer, se convierten en puntos de inflexión que nos retrotrae “al rumor trágico de otros mundos/ que están en este”; “a los niños ahogados en el vino medio caro que hemos elegido”; a la adolescente/ “que lucha contra el frio con un fino plástico”… Es imposible no releer, una y otra vez este nudo de la obra, esta meditación que no pretende nada más que acercarnos a lo que somos y a donde estamos.

               La tercera y última parte, Aspiración del fruto, nos deja con ganas de más versos de este tipo, con ansias de morder más fruto de esta categoría. Se inicia con un poema titulado MAYO, con unos versos que sintetizan todo lo anteriormente contado: Demos por comenzada/ la época en que se oye a las flores abrirse/ en su aspiración de fruto.  Unos versos reveladores que nos enfrenta al ideal de lo que, como humanos, tendríamos que ser. De esta forma, los versos finales de esta última parte arrancan en cada una de las estrofas, a modo de canon, con verbos en imperativo, así: inaugura…, abre…, colma…, respira. Porque es así, si queremos mantenernos en la primavera de lo existencial tendríamos que estar inaugurando, abriendo, colmando y despacio, muy despacio, respirando y “penetrados por el misterio…” Un misterio, este,  en el  que el yo literario confiesa creer y que es el de todo aquello/ sobre el que se posan mis ojos- dice.




               Se agradecen libros como este, en tiempos revueltos como el nuestro. Un magnífico poemario de Maribel Tena, al que hay que acercarse porque en él hay esas recomendaciones valientes, como estas- con tonos  heideggerianos-, de no nombrar el ser para evitar que desaparezca: Tantas veces/ lo que está en el aire,/ lo que ha empezado a amarse sin remedio,/deja de pertenecernos si se nombra.

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